Juan
declara (Jn. 1:1) que Cristo, quien era uno con Dios y era Dios desde toda la
eternidad, se hizo carne y habitó entre nosotros (1:14). Pablo, asimismo,
declara que Cristo, quien era en forma de Dios, tomó sobre sí mismo la
semejanza de hombres (Fil. 2:6-7); «Dios fue manifestado en carne» (1 Ti.
3:16); y Él, quien fue la total revelación de la gloria de Dios, fue la exacta
imagen de su persona (He. 1:3). Lucas, en más amplios detalles, presenta el
hecho histórico de su encarnación, así como ambos su concepción y su nacimiento
(Lc. 1:26-38; 2:5-7).
La
Biblia presenta muchos contrastes, pero ninguno más sorprendente que aquel que
Cristo en su persona debería ser al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero
hombre. Las ilustraciones de estos contrastes en las Escrituras son muchas: Él
estuvo cansado (Jn. 4:6), y Él ofreció descanso a los que estaban trabajados y cargados
(Mt. 11:28); Él tuvo hambre (Mt. 4:2), y Él era «el pan de vida» (Jn. 6:35); Él
tuvo sed (Jn. 19:28), y Él era el agua de vida (Jn. 7:37). Él estuvo en agonía
(Lc. 22:44), y curó toda clase de enfermedades y alivió todo dolor. Aunque
había existido desde la eternidad (Jn. 8:58), Él creció «en edad» como crecen
todos los hombres (Lc. 2:40). Sufrió la tentación (Mt. 4:1) y, como Dios, no
podía ser tentado. Se limitó a sí mismo en su conocimiento (Lc. 2:52), aun
cuando Él era la sabiduría de Dios.Refiriéndose a su humillación, por la cual fue hecho un poco menor que los ángel