sábado, 27 de diciembre de 2014

Un Ensayo Inédito sobre la Trinidad por Jonathan Edwards



Cuando hablamos de la Divina felicidad es común decir que Dios es infinitamente feliz en el disfrute de Sí mismo, en la contemplación perfecta y en amor infinito, y en el regocijo de Su propia esencia y perfección. De acuerdo a esto, debe suponerse que Dios perpetua y eternamente tiene la más perfecta idea de Sí mismo, como si fuera una imagen y una representación de Si mismo siempre enfrente a Si mismo y en real visión y de esto, en consecuencia, emana el más puro y perfecto acto o energía de la deidad (naturaleza divina), deidad que es amor divino, complacencia y gozo. El conocimiento o vista que Dios tiene de Sí mismo debe ser concebido necesariamente como algo distinto de Su mera y directa existencia. Debe existir algo que devuelva nuestra reflexión. La reflexión, como nosotros reflejamos nuestras propias mentes, porta algo de imperfección en ella. Sin embargo, si Dios se contempla a Sí mismo de forma tal que tiene complacencia y gozo en Sí mismo, el reflejo es Su propio objeto. Debería existir una dualidad: está Dios y la idea de Dios, si es apropiado denominar como una idea lo que es puramente espiritual.
Si un hombre pudiera tener una idea absolutamente perfecta de todo lo que sucede en su mente, y todas esa serie de ideas y ejercicios fueran perfectas en lo que refiere a orden, grado, circunstancia y para cada lapso particular del tiempo pasado (suponga la hora recién pasada), para este hombre todos los intentos y propósitos serían los que fueron en esa última hora. Si fuera posible para un hombre la reverberación perfecta para contemplar todo lo que está en su propia mente en una hora dada, verse como es y al mismo tiempo estar allí en su primera y directa existencia; y si un hombre, que es, tuviera un reflejo perfecto o idea contemplativa de cada pensamiento en el mismo momento en que ese pensamiento se produce y de cada maniobra que es en y durante ese mismo tiempo en que ésta se desarrolla, y así durante la hora completa, este hombre sería realmente dos durante ese tiempo; sería en realidad doble. Sería dos veces en una. La idea que tiene de sí mismo sería él mismo nuevamente.
Note que con tener un reflejo o idea contemplativa de lo que sucede en nuestras mentes, no sólo me refiero a la conciencia. Hay una gran diferencia entre un hombre teniendo una visión de sí mismo, reflejo o idea contemplativa de sí mismo, como para deleitarse de su propia belleza o excelencia, y la mera conciencia. O si nos referimos a la conciencia a lo que está en nuestra propia mente, cualquier cosa más que la simple y mera existencia en nuestras mentes de lo que allí existe, eso no sería nada más que el poder de la reverberación que nos permite ver o contemplar lo que sucede.